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Por Emiliano Chamorro

“Los nenes vienen sin manual” dice el padre entre sonrisas tensas cuando le toca cambiar por primera vez a su hijo o cuando se cumplieron tres horas de llanto frenético e ininterrumpido la primera noche que pasan en casa. ¿Le dolerá algo?, ¿Tendrá hambre? ¿Les pasará algo grave? ¿Llamamos al pediatra?

Después la cosa se acomoda. Aprendemos a comunicarnos con nuestros hijos mucho antes de que ellos aprendan a hablar. Nos vamos dando cuenta cuándo tienen hambre, cuándo les duele algo, cuándo lloran porque quieren que los levantemos, cómo hacerlos reír, qué les gusta.

Cada vez más gente, en particular cada vez más hombres ven esta relación como indelegable. Ojeras en el trabajo, vida social acotada, sentir por primera vez en la vida el costo de oportunidad del tiempo. Redefinir la palabra “sueño”. ¿Por qué hacemos esto de esta manera? ¿Por qué no “tercerizamos” este cuidado en una institución especializada?

O mejor dicho: ¿Por qué, si tomamos la crianza inicial de nuestros hijos con tanta pasión, después tercerizamos su educación de manera radical? ¿Cómo se dio la mecánica social para que la mayoría de nosotros entendamos el cuidado de nuestros hijos como una tarea personal y su educación como una tarea delegable?

Esos padres que cambiaron pañales a las 4 de la mañana, mataron a preguntas al pediatra no conformes con las respuestas, se devanaron los sesos tratando de entender cómo ayudar al bebé que se retuerce por un cólico son los mismos que después le compran un disco de Mozart para bebés, 5 juguetes de plástico con letras y 3 jueguitos para encastrar cubos y los dejan “educarse”, convencidos de los beneficios de la estimulación temprana. O sea: convencidos de que lo que necesitan los chicos es más estimulación temprana y convencidos de que ésta se logra con juguetes que en sus cajas digan “estimulación temprana”.

Y después, el corolario: la abdicación total de la responsabilidad de educar a nuestros hijos. Nuestro rol pasa por elegir un “buen colegio”, el mejor que esté a nuestro alcance, y por supervisar (al chico y al colegio) para que todo se desarrolle “normalmente”. A lo sumo por leerle un cuentito a la noche, ponerle Paka Paka en la tele o bajarle una aplicación en la tablet que parezca “educativa”.

Creemos que el “buen colegio” es el colegio que más puertas le abriría hoy para el mundo laboral. Por los contenidos, por las relaciones y, sobre todo, por el sello. Sólo que hoy no van a salir a trabajar y los contenidos, las relaciones y los sellos que sean relevantes dentro de 20 años cuando nuestros hijos las necesiten son hoy impredecibles.

En el Instituto Baikal nos interesa mucho la educación. Hace años que leemos, investigamos, pensamos y discutimos sobre educación. Y una de las características que veo como parte de este grupo es que las conversaciones sobre educación se refieren al sistema educativo formal.

Hace unas semanas leímos “Education for Thinking”, un libro en el que su autora, Deanna Kuhn, estudia dos escuelas en Estados Unidos, una de muy bajos recursos y otra de élite, e identifica los errores comunes a ambas. La autora propone que hay dos herramientas fundamentales para la formación intelectual: la indagación y el razonamiento argumentativo. Pero sostiene que es principalmente el cultivo paciente de algunos valores educativos –por ejemplo la creencia en la capacidad propia de aprender y en el valor de la indagación y el razonamiento argumentativo para comprender y resolver problemas- lo que determina el desarrollo cognitivo de las personas en el largo plazo.

Y esto lo aplica a un lugar en el que los chicos pasan sólo una fracción de sus vidas, rodeados de miles de estímulos y sin un adulto que se interese o tenga el tiempo de interesarse por sus necesidades particulares: el colegio.

Este post tiene como objetivo argumentar que es necesario hacer una campaña masiva de educación para padres. Como antes de los grandes planes de alfabetización, hoy los padres somos analfabetos en la educación de nuestros hijos. No tenemos las herramientas ni la formación para ayudarlos a aprender. Delegamos al borde de la abdicación la responsabilidad de educarlos en instituciones que no se interesan por ellos ni un décimo de lo que nos interesamos nosotros. Creemos que nuestro papel en su educación se limita a elegir un buen colegio y a controlar de lejos que nada se salga de sus carriles.

Pero no. Creo que tenemos un rol mucho más importante que jugar. Y que la educación tiene un debate mucho más amplio que dar que lo que pasa adentro de los colegios.

Necesitamos que los padres tengan las herramientas y el entrenamiento para ayudar a sus hijos a aprender, a pensar, a valorar el conocimiento no como un pasaje al éxito laboral sino como una actividad valiosa y placentera en sí.

Y necesitamos que los que piensan en educación dejen de pensar solamente en lo que pasa adentro de la escuela y empiecen a pensar cómo hacemos para educar a los padres para que ayuden a sus hijos a aprender.

No sólo esto puede mejorar muchísimo la educación de los chicos, sino que puede mejorar muchísimo la educación de los padres. No hay mejor forma de aprender que enseñando. Y todas las personas con las que hablo sienten de alguna manera que desperdiciaron sus años de estudio: que “estaban en otra” cuando tenían todo el tiempo para aprender cosas interesantes. No tenían un sentido. No estaba contestada la pregunta de “por qué aprender” tal o cuál cosa.

Pero ahora si tenemos que aprender para enseñar, o mejor para ayudar a aprender, ese sentido cobra plena vigencia. Tenemos la excusa perfecta para revisitar por nosotros mismos la profundidad del saber humano que vimos forzados, superficialmente, sin ganas y arruinados por evaluaciones e incentivos externos durante nuestra propia escolarización.

Meter el aprendizaje como parte de la relación padres – hijos puede dar nuevas excusas para compartir momentos lindos, para explorar juntos. Y puede generar una revolución en el aprendizaje.

Nosotros desde el Instituto Baikal nos vamos a dedicar a trabajar esta idea y a llevarla a la sociedad, con todos los interesados.