En uno de sus diálogos, Platón se queja de los libros. Dice que se parecen a las pinturas: cuando ves un buen retrato de lejos, te parece que está vivo, pero si, llevado por tu confusión, le preguntás algo, “responde con el más altivo de los silencios”. Lo mismo pasa con los libros: cuando los leés, “podrías llegar a creer que lo que dicen, lo fueran pensando; pero si alguien pregunta, queriendo aprender de lo que dicen, contestan siempre y únicamente una y la misma cosa”.

Por eso, más que escribir libros, Platón dice que lo que uno debe hacer es escribir en las almas de las personas, sembrar en ellas “palabras con fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a las personas en quienes se plantan, y que no son estériles, sino portadoras de semillas de las que surgen otras palabras que son canales por donde se transmite, en todo tiempo, esa semilla inmortal, que da felicidad al que la posee en el grado más alto posible para el hombre”. Por suerte, a pesar de sus reparos, Platón escribió. Pero escribió en forma de diálogo, que es lo más parecido a no escribir. En sus diálogos, todavía está Platón encerrado, el Platón real, esperando escribir en las almas de los que lo lean.

Te propongo que leamos juntos todo Platón, que dispongamos nuestras almas para que Platón –el verdadero Platón, el Platón real– escriba en ellas a través de sus diálogos. Difícil encontrar una propuesta mejor. La idea es ir leyendo los diálogos, unas 30 a 40 páginas por semana y juntarnos a compartirlo. No hace falta absolutamente ningún conocimiento previo. Platón es especialista en sacar las verdades que tenés adentro pero no sabías. Yo preparo un pequeño disparador que sirva, incluso, para los que no llegaron a leerlo. Todo Platón. En un año. Te cambia. Animate.

Christián Carman