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Por Emiliano Chamorro.

En el Instituto Baikal estamos leyendo el libro Antifrágil, de Nassim Taleb, tratando de entenderlo a fondo y, como nos enseñó Meli Furman, de descubrir sus grandes ideas.

Como siempre, leer a Taleb me produce una mezcla de felicidad, ansiedad y empatía, del tipo que sólo un gran maestro contemporáneo puede generar (de los antiguos podemos obtener sabiduría, pero es más difícil identificarse, porque sus contextos, las canchas en las que les tocó jugar, son tan distintas a las nuestras -y de los modernos es generalmente bastante difícil obtener sabiduría…-). Así que voy a ir compartiendo en posts durante las próximas semanas algunas ideas que me dispara la lectura de Taleb.

El libro IV de Antifrágil empieza introduciendo la noción de “falacia teleológica”: la ilusión de que uno puede saber exactamente hacia dónde va. Según Taleb, esta falacia, que es una piedra angular del pensamiento occidental, está basada en una mala interpretación que Santo Tomás de Aquino hace de Aristóteles, debido a una cita errónea de su sintetizador medieval, Averrores. La cita puntualmente es “un agente no se mueve excepto por una intención apuntada a un fin”. Hablando de motivación y planes de negocios…

Lo contrario a la “falacia teleológica” es la noción de flâneur, una suerte de explorador que no se rige por un plan predeterminado sino que ajusta sus decisiones en base a la información que va recibiendo. Un ejemplo claro se ve en el turismo. El turista hace un plan: cinco días en París, cuatro en Londres, cuatro en Roma, dos en Florencia y de vuelta a casa, pasando obviamente por Barcelona. El turista “hace” ciudades (quiere decir, visita monumentos) y todo esto es precontratado desde su lugar de origen, sin demasiada posibilidad de cambio posterior. El flâneur va a una ciudad y ahí decide qué hacer, modificando sus objetivos de acuerdo a la información que va obteniendo.

El planificador asume que es posible saber hoy qué preferencias va a tener mañana, aún sin tener la información de mañana.

Sobresimplificando las cosas, en el ecosistema emprendedor parece haber dos “ideologías” dominantes: la que dice “juntá mucha plata, quemala (crecé rápido por fuerza bruta) y con suerte vas a tener un exit” y la que dice “sé austero, probá e iterá con muy poca plata y recién levantá fondos cuando encuentres el producto y mercado adecuados con un modelo de negocios sólido”.

La pregunta que me surgió leyendo el capítulo IV de Antifrágil es si, para algunos emprendimientos (los que pueden levantar plata temprano por reputación de los emprendedores o por atractividad del proyecto) no conviene levantar plata temprano –antes de tener un modelo de negocios escalable- y a la vez permanecer chico y austero. Porque  hasta ahora parece ser el discurso común que uno levanta plata para crecer más rápido (sea por fuerza bruta o porque encontró el modelo de negocios). O sea: uno levanta plata para algo que se sabe de antemano. La falacia teleológica de Aristóteles – Averroes y Santo Tomás.

Y esto deja al emprendedor como un ejecutor. Como un ejecutor de una decisión estratégica tomada previamente y acordada con los inversores, quienes, al tener los recursos, tienen el poder real sobre la decisión estratégica (no individualmente, pero sí en agregado).

En este sentido, todos los emprendimientos están subcapitalizados, porque levantan capital para un plan viejo. Cuando tienen capital, este ya está comprometido. Y cuando tienen capital ajustan su estructura de costos al capital que levantaron (se agrandan proporcionalmente) lo que deja a los emprendedores sin discrecionalidad y por lo tanto sin poder real.

“¿Para qué vas a usar los fondos?” Es la pregunta de rigor de una ronda de inversión. Esta pregunta es la falacia teleológica ante la que los emprendedores deberían contestar “para lo que vea en el momento que es lo que más palanca tiene” o, mejor, levantarse e irse de la mesa.

Taleb enseña que la última antifragilidad es la libertad. Y pienso que en este campo la libertad, el poder real, es la discrecionalidad de alocación de recursos (no ser un mejor ejecutor de recursos ya alocados).

¿Qué pasaría si un emprendimiento que puede hacerlo levanta mucha plata y permanece chico y austero? (si no ajusta su estructura de costos proporcionalmente a la plata que levantó). Como un pequeño Microsoft o un pequeño Apple, cuyos fundadores que algo saben sobre el poder real decidieron tener enormes reservas de cash porque sabían que esto les daba opciones (y, diría, Taleb, tener opciones es un arma de antifragilidad).

Seguramente esto daría discrecionalidad, poder real, a los emprendedores que son los que entienden el negocio, los que están cerca de la información y los que tienen “piel en el juego”. ¿No mejoraría sustancialmente la calidad de las decisiones tomadas y su velocidad cuando un emprendedor que “la ve” no tiene que convencer a nadie para capturar la oportunidad ni bien aparece? ¿No sería esto –gracias Nico Minuchín- una especie de VC que invierta a valuación 0, sin due diligence, instantáneamente, con mejor información y quedándose con el 100% del equity?

Ya conocemos el cuento de emprendedores ejecutores, inversores decisores y emprendimientos subcapitalizados. A lo mejor sea momento de probar el modelo de emprendedores alocadores de recursos, inversores coaches y emprendimientos gamma (con más cash que el que necesita su estructura de costos y sin un plan que condicione el uso de ese cash). La última métrica, como siempre, la va a dar el retorno promedio del capital en el largo plazo. Sobre esto último, más en un próximo post.