Por Esteban Brenman
Hace un año Esteban Brenman dio esta charla en TEDxRiodelaPlata:
Hoy le hicimos estas preguntas:
¿Cómo te fue en tu año sabático? ¿Qué nos podés contar de la experiencia y de las ideas que ya hayan decantado?
En mayo del año pasado decidí tomarme un sabático, dejar por lo menos, por doce meses, de hacer ninguna actividad laboral. Agradezco mucho estas preguntas porque hace rato tengo ganas de escribir sobre el camino que recorrí durante este último año y pico.
Para empezar debo decir que no hubo mucho plan. Que tuve dos socios y amigos que me bancaron y me alentaron a parar y tomarme un descanso. No hubo más plan que viajar, leer, pasar más tiempo con la familia y dormir la siesta. Hice todo menos leer. De mi larga lista de libros pendientes, no bajó ni uno solo y por andar con tiempo libre para ver tantos amigos, la lista, por el contrario, aumentó considerablemente.
Los viajes fueron surgiendo espontáneamente: un grupo de amigos me invitó a hacer una recorrida por Rusia en tren, mis hermanas y yo le propusimos a nuestro padre ir de costa a costa de los Estados Unidos por la ruta 66 para festejar sus setenta años, unas vacaciones en familia en un rancho de la costa uruguaya y visitar las antípodas geográficas y culturales de la Argentina allá en Japón.
Los viajes merecen cada uno un capítulo aparte pero lo que vale la pena mencionar es la sensación de salir de viaje y no tener una actividad laboral de la cual ausentarse y a la que volver. Es una experiencia totalmente nueva el hecho de viajar sin tener que planificar quien atenderá los asuntos en la oficina, consensuar con mis socios las fechas del viaje o chequear periódicamente la cuenta de correo de emergencia para ver si hay algo que requiere mi atención. Pero lo más lindo de todo es saber que cuando uno vuelva a casa lo esperan días, semanas y meses de tranquilidad, de disfrute, de improvisación de agenda y de relax. Nada de volver y tener la casilla de correo con 400 emails pendientes de resolución. Ir de viaje y volver al ocio. Sin precedentes. Porque, quizás de chico sucedía algo similar, pero uno no tiene conciencia de ello.
Quiero profundizar sobre los mitos del sabático. Sobre los mitos propios, que uno mismo ha creado y se ha convencido. Por ejemplo, yo creía que si hubiese tenido más tiempo habría hecho más arte. Hace 10 años que inicié junto a mi hermana Violeta un espacio que llamamos «el taller» que empezó en el altillo de la casa de nuestros padres los lunes a la tarde y más tarde tomó su día de la semana, el miércoles y un espacio propio en el barrio de La Boca. Pronto se sumaron mi mujer y amigos que disfrutan de cortar su semana y venir a participar de proyectos colectivos de construcción de cosas. Cosas como un transbordador espacial con luces tributo a Tecnópolis, una mesa hecha de pallets, un San Martín tamaño real o una escultura hecha de cubos Rubik.
El mito se cayó cuando empezó el sabático y me di cuenta de que no tenía ganas de ir al taller más veces por semana, que lo que le daba mucho sentido a ese miércoles oasis era justamente eso: ser un oasis de esparcimiento y juego en el desierto de la semana laboral llena de agenda, reuniones y obligaciones.
El otro mito que se derrumbó fue el de la lectura: no es que no lea por falta de tiempo, sino por falta de disciplina. A pesar de tener tiempo «libre», siempre preferí hacer otras cosas antes de leer.
Ah, el tiempo libre. Ese es el mito más grande. No existe el tiempo libre. El tiempo existe en la medida en que hacemos algo o, mejor dicho, cuando no hacemos nada es el fin del tiempo, al menos para el sujeto que ya no hace nada.
Creo que durante este año y poquito aprendí a vivir de otra manera. Siempre fui un gran disfrutador de la vida (si no existe la palabra disfrutador, decreto su creación en este mismo acto), pero de todos modos hubo algo nuevo. Una sensación de libertad que no recordaba haberla sentido antes. Y me propuse volver a trabajar conservando lo más posible esta sensación.
Dejé descansar la tierra durante este tiempo para que florecieran cosas nuevas. Y funcionó. Recuperé mucha de la motivación que largos años de trabajo ininterrumpido habían horadado. Pude pasar mucho más tiempo con mi mujer y mis hijas. Ellas pasaron de ponerse contentas al verme llegar del trabajo a verme todo el tiempo y protestar cuando me iba de casa: «Cómo, ¿te vas? ¿a dónde te vas?». Se acostumbraron a mi presencia constante en la casa. Y para mi fue una sensación hermosa. Supe que sería una etapa que recordarían toda su vida.
También tuve días de angustia por no estar generando dinero, por haberme bajado de un tren que quizás no pudiera volver a alcanzar, por no estar «aprovechando» mi tiempo, por estar consumiendo ahorros en vez de acrecentarlos, por la incertidumbre del día que decidiera volver a trabajar: ¿podría hacerlo de nuevo o me había transformado en un vago que ya no sabe producir?
Todo este asunto de sentirse útil a partir de producir no es menor. Darle valor al ocio es un trabajo duro. Requiere mucha convicción y juntarse con la gente correcta. Muchos no entienden por qué puede ser beneficioso que alguien que tiene la posibilidad de hacer dinero decida hacer un alto, consumir sus ahorros y dedicarse a cosas que le dan placer pero no producen plata. Pero debo decir que mi círculo íntimo me alentó mucho a recorrer este camino. Recibí mucho apoyo y tuve valiosísimas charlas.
Me quedó una muy linda sensación de todo este proceso. Siento un gran aprendizaje, la mayor parte no consciente y por lo tanto, difícil de explicar en palabras. Es esa semilla de libertad que quedó plantada dentro mío y que asumo el compromiso de regar y cuidar para que brote sabático aún durante los tiempos de más arduo trabajo.