Hace muchos años, cuando poco se sabía de la enfermedad de las arterias del corazón y menos aún sobre meditación en el mundo occidental, William Heberden, respiró hondo, se paró frente a sus colegas y anunció: «Existe una enfermedad del pecho caracterizada por síntomas peculiares y violentos de gran importancia por el peligro que encierra… No es rara… Su localización y la sensación de estrangulación y ansiedad que la acompañan, hace que no sea impropio llamarla Angina de Pecho. Los que la padecen suelen ser atacados mientras caminan y más particularmente después de comer con una sensación dolorosa y muy desagradable en el pecho, que cuando sigue y va en aumento parece como si la vida se les escapase…Con el tiempo puede que se descubran medicinas para luchar contra este mal, pero en este momento es un proceso tan desconocido que no tiene tratamiento adecuado”.
Desde esa presentación en el Real Colegio de Médicos de Londres en 1768, la medicina continuó denominando al principal síntoma de la enfermedad coronaria, angina de pecho, palabra derivada del latin angere – apretar, oprimir – y que comparte raíz con angustia, ansia y congoja.
Y más allá de esta cercanía en cuanto a los síntomas, la angustia y la enfermedad coronaria, tienen al stress como denominador común.
Claramente tenía razón Heberden en cuanto a se trata de una patología no rara. La enfermedad de las arterias coronarias que irrigan al corazón, junto con la insuficiencia cardiaca y el accidente cerebrovascular, en conjunto las “enfermedades cardiovasculares”, constituyen la primera causa de muerte en casi todo el planeta.
En 2012, murieron 2000 personas en el mundo por minuto por causa cardiovascular, aún cuando fueron numerosos los avances en el diagnóstico y el tratamiento de estas enfermedades. Unidades coronarias, monitoreos cardiacos continuos, desfibriladores implantables, stents, drogas, respiradores artificiales, trasplantes cardiacos, angioplastias, cirugías de by-pass, programas de rehabilitación, corazones artificiales y más. Y entre esos más, hoy, meditación, yoga y especialmente mindfulness.
Los expertos locales traducen mindfulness (con una “l” y no mindfullness de “mente llena”) como atención plena; un estado de auto-regulación intencional de la atención, momento a momento y sin juzgar. Es una técnica por la que la mente intenta dejar de vagar o, al menos en mi experiencia, vaga un poco menos, y logra hacer por momentos foco, se aquieta, se silencia, va “surfeando” lo que ocurre, transita, no reacciona; es, no hace.
La práctica mezcla meditación formal, informal, técnicas de escaneo del cuerpo, de los sonidos, incluso de lo que percibimos y pensamos. Y existen ciertos principios que la rigen como el tener una actitud abierta de principiante, ubicándose en el presente, no en el futuro lejano, no en la agenda ni en el futuro inminente, no en el pasado próximo, ni años atrás; ahora, aquí, en ese instante. Además, con aceptación de lo bueno y de lo malo, sin aferrarse a lo agradable ni rechazar lo desagradable, sin necesitar cambiar y siendo ecuánimes, sin reaccionar, en equilibrio, sin juzgar. Y con amor, amor incondicional a uno mismo y a los demás.
La evidencia científica sobre mindfulness y sus beneficios en personas con enfermedad coronaria es interesante si bien aún no concluyente. En estos pacientes, que suelen tener niveles muy elevados de ansiedad, stress y depresión, un programa estructurado de 8 semanas de mindfulness demostró reducir los síntomas de ansiedad, depresión y el stress percibido, además del índice de masa corporal y la presión arterial (1). Lo notorio, y esto es coincidente en ensayos en pacientes en rehabilitación cardiovascular (2), es que los efectos se prolongaron por 3 meses, es decir que el efecto se sostuvo más allá de la duración del programa.
En enfermos diabéticos, el programa de mindfulness se asoció a una mejoría en los parámetros de la función renal e incluso de ciertos indicadores de progresión de aterosclerosis (3).
Lo publicado hasta el momento, si bien aleatorizado, es aún en muestras no muy grandes. Sin embargo, todos los resultados parecen favorables y son coincidentes con lo observado en individuos sanos, en quienes el yoga y la meditación sí han resultado ser significativamente beneficiosos (4).
Que una intervención de tipo psicosocial tenga como resultados no solo la mejoría en los parámetros psicosociales, sin en la dimensión de lo físico, es un hallazgo muy atractivo porque abre un abanico de opciones terapéuticas aun no explorado.
Pareciera que esta vez la medicina occidental se ha dejado seducir por una herramienta que tiene que ver con el cuerpo y también con el alma.
1. Parswani MJ, Sharma MP, Iyengar SS, et al. Mindfulness-based stress reduction program in coronary heart disease: A randomized control trial. Int J Yoga. 2013;6(2): 111–117.
2. Griffiths K, Camic PM, Hutton JM. Participant experiences of a mindfulness-based cognitive therapy group for cardiac rehabilitation. J Health Psychol. 2009 Jul;5:675-81.
3. Kopf S, Oikonomou D, Hartmann M, et al. Effects of stress reduction on cardiovascular risk factors in type 2 diabetes patients with early kidney disease – results of a randomized controlled trial (HEIDIS). Exp Clin Endocrinol Diabetes 2014;122:341-349.
4. Sharma M, Rush SE. Mindfulness-based stress reduction as a stress management intervention for healthy individuals: a systematic review. J Evid Based Complementary Altern Med. 2014 Oct;19(4):271-86.