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Por Andrei Vazhnov

El escritor Alvin Toffler observó en los años 70s que vivimos en la época del Shock del Futuro. Es el estado de la mente en el que las cosas cambian tan rápido que antes de que podamos acostumbrarnos a un conjunto de cambios sorpresivos, se viene una ola nueva apabullante. Sin embargo, visto desde 2015, los 70s parecen una época casi tranquila, un rato distendido entre la maduración de la revolución industrial y el comienzo de la revolución informática que llevó la velocidad de los cambios a un nivel nunca visto antes. En comparación con el Shock del Futuro de los 70s, lo que estamos viviendo en 2015 es algo distinto, es más bien como el estado permanente del Aturdimiento del Futuro. Estamos tan acostumbrados a los constantes avances científicos y tecnológicos que ya no nos puede sorprender nada salvo que extraterrestres aterricen directamente en la veranda de nuestra casa. «¿Astrónomos descubrieron otro exoplaneta parecido a la tierra? Qué bueno. ¿Ocho billones de tierras? Buenísimo, pero ya perdimos la cuenta. ¿Ingenieros hicieron un robot controlado por tejido cerebral de una rata? Interesante.» Las noticias que tan sólo hace 20 años estarían en la tapa de cada diario, hoy en día sólo producen un perpetuo encogimiento de los hombros, «¿Qué vas a hacer con estos científicos? siempre están inventando cosas locas.»

Sin embargo, de vez en cuando, aparece un invento que logra sacarte de este estado de aturdimiento semi-permanente. Hoy leí un artículo de un prototipo de un dispositivo que te permite tocar hologramas. La razón que me sorprendió tanto es que me di cuenta de que no había visto algo así imaginado ni en un sinfín de cuentos de ciencia ficción que leí a lo largo de mi vida. Por supuesto, los teléfonos holográficos han sido un alimento básico de las visiones futuristas por lo menos desde que Obi Wan Kenobi y la Princesa Leia parpadeaban en imágenes 3D arriba del escritorio en la Guerra de las Galaxias. Pero aún en las imaginaciones creativas de los maestros, estos hologramas eran solamente apariciones espectrales. Se daba por sentado que un holograma no puede interactuar con el mundo físico. Por otro lado, la realidad virtual proyectada directamente al cerebro tiene una historia larga e ilustre, pero es algo muy distinto de un holograma que se puede tocar en el mundo real, no en el mundo simulado.

Mientras reflexionaba sobre por qué los escritores de ciencia ficción nunca imaginaron esto, me quedé pensando en lo extraño de cómo los futuristas clásicos predijeron muchas cosas exageradas sobre el vuelo espacial y los viajes en el tiempo mientras que se les pasó por alto casi todo lo demás. Muchos cuentos se trataban del futuro en el cual estaríamos por todos lados en el universo, pero pocos predijeron cosas básicas como las computadoras. En una de estas historias, los astronautas van a visitar otra estrella y cuando vuelven a la tierra se encuentran 500 años en el futuro (debido a los efectos de la teoría de la relatividad especial que son un fundamento común de los guiones espaciales). En este futuro remoto, nuestros viajeros se encuentran con una gran sorpresa: ya no existen los libros y en su lugar la gente usa los dispositivos llamados «lecton» y «opton» para leer cápsulas pequeñas parecidas a las tarjetas mirco-SD que usamos en las cámaras hoy en día. El opton es como un libro común donde la página cambia mágicamente cuando aprietas un botón y te puede mostrar cualquier libro, mientras que el lecton es un dispositivo aún más avanzado que te puede leer tu libro con voz humana. Según el cuento, es uno de los aspectos de la vida en el siglo 25 a los que les resulta difícil acostumbrarse a los astronautas.

Me acordé con una sonrisa que lo leí en al año 1987 y pensé, «por qué no nací un par de siglos más adelante cuando existirán estas cosas tan copadas como el opton y el lecton?» Sonreí porque el dispositivo en mis manos en que estoy escribiendo esto es el opton y el lecton al mismo tiempo gracias a una aplicación de e-reader. Además, es un dispositivo que no necesita libros en micro-cápsulas porque las obtiene en cualquier momento invisiblemente usando una conexión inalambrica. Y ni siquiera tuve que esperar 500 años sino solamente 25 y pico. Es una paradoja deliciosa que todavía ni siquiera fuimos a Marte pero ya tenemos hologramas más avanzados que Luke Skywalker en su nave espacial intergaláctica y dispositivos que fácilmente superan al opton y lecton del siglo 25.

Esto es algo que recientemente adquirió el nombre “el efecto de los Jetsons” por la serie animada los Jetsons (los Supersónicos) sobre la vida en el siglo 21. Se suele this website decir, «Nos prometieron un coche volador y lo único que tenemos es todo el conocimiento humano disponible en cada momento desde tu teléfono.» Se dice con un tono de decepción irónica o chistosa, expresando la idea que lo que tenemos después de tan sólo 20-30 años a veces por lejos excede las imaginaciones de nuestros mejores futuristas.

Recientemente a este chiste le dieron una vuelta más. Con la inminente llegada de la tecnología de coches auto conductores en las calles (Google está experimentando hace varios años), los tecnólogos empezaron a prototipar un coche volador que encima no necesitaría un conductor. Marc Andreessen, el inventor del navegador de Internet, dijo recientemente, «Nos prometieron coches voladores pero lo único que tenemos son coches auto voladores». Es un buen resumen del surrealismo de nuestra vida.